viernes, 28 de marzo de 2014

¿Por qué es más fácil interpretar a los niños?

La gente mayor es más difícil de interpretar que la más joven, y ello se debe a que su rostro tiene menos tono muscular.

La velocidad de algunos gestos y su evidencia se relaciona también con la edad del individuo.
Por ejemplo, cuando un niño de cinco años de edad cuenta una mentira es probable que de inmediato se tape la boca con una o ambas manos.




La acción de taparse la boca puede alertar a su progenitor de la mentira y este gesto de tapársela continuará seguramente a lo largo de su vida, variando normalmente sólo en términos de la velocidad con que se lleva a cabo. Cuando un adolescente miente, la mano se dirige a la boca de n modo similar a como lo hace el niño de cinco años, aunque el gesto evidente de toda la mano tapando la boca, queda sustituido por los dedos que acarician sus bordes.





El gesto original de taparse la boca se vuelve más rápido, si cabe, al llegar a la edad adulta. Cuando un adulto miente es como si su cerebro ordenara a su mano que se tapara la boca para intentar bloquear las palabras engañosas, igual que hacía el niño de cinco años, y el adolescentes-, pero, en el último momento, la mano se aleja de la cara y se obtiene, como resultado de ello, el gesto de tocarse la nariz. Se trata, simplemente, de la versión adulta de taparse la boca utilizada en la infancia.



Bill Clinton respondiendo preguntas sobre Monica Lewinsky frente al Tribunal Supremo



El lenguaje subliminal de Disney


Un hombre que conocía el suajili llevó a su hijo a ver El Rey León. Iba traduciendo los nombres de los personajes al niño; por los visto, “Simba” significa, “león”, pero “Pumba” equivale a “esmegma”, la secreción blancuzca que se forma en el prepucio.
Las aventuras del Rey León contienen otras alusiones políticamente incorrectas: en un momento en que Simba está tumbado ante un fondo de estrellas titilantes, puede verse como los puntitos brillantes forman la palabra “sex”.




Casi cada película producida por los estudios Disney posee su pedazo de leyenda que, casi siempre, saca a la luz contenidos inapropiados ocultos en las hermosas e inocentes imágenes, susurrados bajo la banda sonora o que pasan inadvertidos por la rápida sucesión de los fotogramas.
El más famoso puede verse en la portada de cualquier vídeo de La Sirenita: entre las formas del palacio dorado del fondo podemos apreciar un falo representado con gran realismo. En la misma película, en la escena final de la boda, se puede vislumbrar una erección bajo el manto del sacerdote que oficia el acto.





Aunque haya quien cuestione estos rumores, podemos citar uno indiscutible: en el minuto ochenta de Los Rescatadores, cuando los ratones Bianca y Bernard vuelan en una lata de sardinas sobre el albatros, podemos ver una mujer desnuda en una ventana. No es un dibujo, sino una fotografía muy nítida que desentona con el estilo general de la imagen y pasa desapercibida sólo por la velocidad con la que aparece y desaparece. Aunque la leyenda urbana nos habla de nuevo de un animador rebelde, los responsables de la compañía afirman que el “material ofensivo” se filtró en algún punto de la postproducción.


No se vayan todavía. Aún hay más. Se dice que el pubis de Jessica Rabbit puede verse desnudo en un par de fotogramas de “¿Quién engañó a Roger Rabbit?”



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Incorrecciones políticas
Algunos disneyanos afirman que las personalidades de los siete enanitos de Blancanieves representan los siete grados de adicción a la cocaína. Veámoslo: Dopey, Grumpy, Bashful, Sneezy, Sleepy y Doc – en la versión original – podrían traducirse como “drogadicto”, “gruñón”, “tímido”, “mocoso”, “dormilón” y “doctor”. El propio nombre de Blancanieves, en inglés “Snow White” , <<Blanca Nieve>> también parece hacer alusión a la mencionada droga.







El estudio monstruo

El psicólogo de la Universidad de Iowa, Wendell Johnson trató de averiguar las razones por las que los niños tartamudeaban experimentando con un grupo de huérfanos.
 El psicólogo seleccionó a 10 niños tartamudos y otros 12 que hablaban perfectamente y los mezcló en dos grupos. Uno de los grupos recibió un refuerzo positivo ;se les decía a los niños que iban a superar la tartamudez, que no debían sentirse mal, que era norma, y el otro recibió un castigo, independientemente de que los niños fueran o no tartamudos ,se les decía que era una vergüenza, que debían detener su comportamiento inmediatamente, que no debían hablar si no lo hacían de una manera correcta.


Muchos de los niños participantes en el estudio siguieron arrastrando secuelas hasta la edad adulta. Mary Tudor, fue la encargada de llevar a cabo el experimento, y recogió en sus notas que, pasadas cinco sesiones, los resultados eran evidentes, ya que muchos de los niños del grupo "castigado" que hablaban bien antes ahora se negaban a hacerlo y mostraban dificultades, mientras que los niños del grupo de refuerzo positivo mejoraron notablemente.
                                                                                                                         
                                                                                                                              
Fueron los compañeros del mismo Johnson bautizaron el experimento, como “Estudio Monstruo” y le convencieron para que lo interrumpiera y lo ocultara. Tras finalizar el experimento, Tudor siguió visitando el orfanato para atender a los niños a los que había vuelto tartamudos, pero muchos siguieron arrastrando secuelas hasta la edad adulta.
En 2001, después de que el diario Mercury News publicara un artículo que denunciaba los traumas psicológicos que todavía sufrían los participantes en el experimento.
En agosto de 2007 seis de los huérfanos participantes en el experimento fueron indemnizados por el estado de Iowa con 925.000 dólares, debido a los daños emocionales provocados.

El experimento de Milgram

 En julio de 1961, el teniente coronel nazi Adolf Eichmann, responsable directo de la solución final en Polonia, fue sentenciado a muerte en Jerusalén. Como muchos de los militares nazis, Eichmann alegó que no sabía lo que estaba haciendo, pues sólo se limitaba a seguir órdenes.
 Al psicólogo Stanley Milgram, de la Universidad de Yale, le asaltaron entonces varias preguntas: ¿podía Eichmann estar diciendo la verdad? ¿Eran los militares nazis conscientes de lo que hacían? ¿Puede una persona normal cometer barbaridades sólo porque la autoridad se lo ordena?
Para averiguar el papel que juega la obediencia en nuestro comportamiento Milgram diseño un experimento en el que participaban tres personas: un “investigador”, un “maestro” y un “alumno”.
 Los “maestros” fueron reclutados a través de un anuncio en el que se pedían voluntarios, remunerados, para participar en un “estudio de la memoria y el aprendizaje”. Los “alumnos” eran estudiantes de Milgram, compinchados.

Al comenzar el experimento el “investigador”, un colaborador de Milgram, se reunía con los dos participantes del estudio y les hacía creer que estaba repartiendo los roles al azar. Tras esto, explicaba al “maestro” que cada vez que el “alumno” contestara erróneamente una pregunta tendría que apretar un botón que le provocaría una descarga eléctrica. Cada vez que el “maestro” castigaba al “alumno” éste simulaba que se retorcía de dolor. A medida que avanzaba el experimento, el "investigador" iba pidiendo al "maestro" que aumentara la potencia de las descargas y el "alumno" iba elevando su interpretación, golpeando el cristal que le separaba del "maestro", pidiendo clemencia, alegando su condición de enfermo del corazón, gritando de agonía y, a partir de cierto punto (correspondiente a 300 voltios), fingiendo un coma.
Milgram y sus compañeros pensaban que la mayoría de los “maestros” se negarían a continuar en el experimento pasado cierto punto, pero descubrieron que la insistencia del investigador para que siguieran aplicando las descargas tenía un tremendo efecto sobre los sujetos: el 65% de los participantes llegaron a aplicar la descarga máxima, aunque se sentían incómodos al hacerlo, y ninguno se negó rotundamente a aplicar las descargas hasta alcanzar los 300 voltios.
El experimento fue todo un éxito a nivel académico, pero fue muy criticado por lo poco ético del mismo, algo que se puso de manifiesto dada la grabación de un vídeo documental sobre todo el proceso.
 Los resultados del experimento, y las reflexiones sobre este, fueron sintetizados por el propio Milgram en su libro Obediencia a la autoridad (1974), un clásico absoluto de la psicología social.

El experimento de Robber's Cave

Muzafer Sherif, uno de los fundadores de la psicología social, ideó este experimento junto a su mujer, Carolyn Sherif, para estudiar el origen de los prejuicios en los grupos sociales. El estudio se desarrolló en un campamento de los boy scout situado en el Parque Estatal de Robber´s Cave, en el que participaron 22 adolescentes varones de 11 años de edad. Los jóvenes fueron divididos en dos grupos desde el inicio del campamento.
Durante una primera fase se consolidó la formación de los grupos, que ni siquiera sabían de la existencia de otros niños, y se consolidaron espontáneamente jerarquías sociales internas. Los niños pusieron nombre a cada uno de ellos: The Rattlers y The Eagles.
                                                                                                                         

 Tras esto, los investigadores ,camuflados como monitores del campamento,empezaron a crear fricciones entre los grupos, a base de competencias deportivas y gymkanas.
La hostilidad entre los grupos se hizo patente enseguida y, de hecho, la segunda fase del experimento tuvo que zanjarse antes de lo previsto por problemas de seguridad. En la tercera fase Sherif introdujo tareas que requerían la cooperación de ambos grupos, como desafíos que necesitaban resolver ambas partes, como un problema de escasez de agua o un camión atascado en el campamento.
En cuanto la cooperación se hizo necesaria las hostilidades cesaron y los grupos se entrelazaron hasta tal punto que los niños insistieron en volver a casa en el mismo autobús.
El estudio es uno de los más citados de la historia de la psicología social y fue un auténtico éxito, pero hoy en día jamás se aprobaría su realización: los niños no fueron informados de su participación en el experimento y fueron engañados del principio al fin del mismo.

El experimento del pequeño Albert

En 1920 el psicólogo de la Universidad Johns Hopkins John B. Watson trató de demostrar empíricamente que el condicionamiento Pávlov, también funcionaba en humanos.
, Watson trató de que un niño asociara las ratas con el golpe de un martillo sobre una lámina metálica, sin pensar en el trauma que podía crearle.
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El pequeño Albert, que así se llamaba el niño, tenía tan sólo 11 meses y tres días cuando se inició el experimento. Tras comprobar que el bebé no tenía ningún miedo natural a las ratas, pero sí a los sonidos estridentes, empezaron a dejarle sólo en compañía del roedor mientras sonaban los martillazos. Después de varios ensayos, la sola presencia de la rata provocaba auténtico pavor en el niño, que desarrolló fobias, también, a los perros, la lana o las barbas, cuya textura asociaba al pelo de la rata.

La intención de Watson era proseguir el experimento para encontrar la forma de eliminar en el pequeño Albert el miedo condicionado, pero la madre del niño, asustada ante lo que habían hecho, se negó a volver a dejar al niño en manos del psicólogo.
Albert murió a los seis años, víctima de una enfermedad que nada tenía que ver con el experimento, y nunca sabremos si sus fobias le hubieran perdurado hasta la edad adulta.

El perverso experimento del profesor Zimbardo

El verano de 1971, Philip Zimbardo, profesor de psicología en la Universidad de Stanford, se dispuso a llevar a cabo un sencillo experimento en el que quería demostrar la frágil y delgada línea que separa el bien del mal.
Se conoció como “el experimento de la cárcel de Stanford” y lo que debía ser una prueba de conducta y resistencia humana acabó convirtiéndose en un perverso experimento, lleno de actos sádicos y crueles.
Los acontecimientos sucedieron del siguiente modo…
Philip Zimbardo planteó las siguientes cuestiones: ¿Qué sucede cuando se pone a personas buenas en un sitio malo? ¿La humanidad gana al mal, o el mal triunfa? Para poder dar con la solución buscó un buen número de estudiantes que estuviesen dispuestos a participar en este extraño a la vez que emocionante experimento.
Publicó un anunció en la prensa en el que ofrecía una gratificación de 15 dólares diarios a aquellos estudiantes que quisieran formar parte del estudio. Se presentaron setenta aspirantes de varias poblaciones cercanas y que nada tenían que ver con la Universidad de Stanford. Se les realizó una serie de tets y finalmente se seleccionaron a los 24 candidatos elegidos, a los que se dividió en dos grupos de 9, quedando 6 como reservas: unos serían los policías y los otros debían ser los reclusos.
La “cárcel de Stanford” estaba custodiada por un grupo de voluntarios a los que se les había uniformado, provisto de porras y gafas oscuras, con la intención de que no se les viera los ojos.
La mayoría de estos “policías” habían sido escogidos por sus tendencias pacifistas. Muchos de ellos pertenecían a movimientos hippies que por aquellos tiempos tenían como consigna y modo de vida el “haz el amor y no la guerra”.
Se les dio una serie de consignas de cómo debían tratar a los presos y la autoridad que debían ejercer sobre estos. Entre ellas estaba la de desnudarlos, burlarse de ellos, hacerlos sentir vejados… y se lo tomaron tan al pie de la letra que muchos llegaron a practicar una autentica y desproporcionada violencia psicológica.
A los reclusos se les roció con un espray antiparásitos, se les cortó el pelo y se les vistió con sacos, desprovistos de ropa interior. También se les obligó a llevar como gorro una media de mujer y sus tobillos arrastraban una pesada cadena. Con todo esto querían acelerar el proceso de hacerlos sentir humillados y que verdaderamente eran presos.
Zimbardo, con su experimento se proponía demostrar que cualquier persona a la que se le da una serie de instrucciones y se le expone a una situación límite es capaz de traspasar la línea que separa el bien del mal.

El segundo día se originaron los primeros problemas importantes. Algunos reclusos se quitaron los gorros y arrancaron los números identificativos que llevaban cosidos en el saco que utilizaban como vestido. Se sentían humillados y vejados por el trato desproporcionado que estaban recibiendo por parte de los carceleros.
Estos por su parte, cada vez se tomaban más en serio el papel que les había tocado representar, olvidándose de que se trataba de eso… de una representación.
Un grupo de presos organizaron un motín y fueron reprimidos de forma contundente, aislando a aquellos que encabezaron la rebelión y ofreciéndoles al resto pequeñas “recompensas” si obedecían a las autoridades y no se sumaban a la insumisión.
Los días iban pasando y algunos prisioneros empezaron a mostrar desórdenes emocionales agudos.
El experimento no pudo ser acabado. El 20 de agosto, seis días después de ponerse en marcha, tuvo que ser interrumpido después de que Christina Maslach, una doctora de la universidad y no familiarizada con el estudio que se estaba llevando a cabo, accedió a la “cárcel de Stanford” para realizar unas entrevistas tanto a los guardias como a los presos y dio cuenta de las pésimas condiciones en las que se hallaban. Escandalizada pidió que se diese por concluido el experimento.
La cincuentena de personas que habían estado observando todo el estudio desde fuera, a lo largo de aquellos días, se habían vuelto inmunes a todas las imágenes y comportamientos que se desarrollaban en el interior, viendo como “normal” lo que allí había estado sucediendo. La única que puso la voz de alarma fue la doctora Maslach.
En ese momento, el profesor Zimbardo decidió dar por finalizado uno de los estudios que más controversia ha levantado: “el experimento de la cárcel de Stanford”

Psicología y Rugby
















Coleman Griffith, precursor en la psicología del deporte.
En el rugby de hoy, la fortaleza mental de los protagonistas resulta tan o más determinante que su entrenamiento físico. En esta columna, nos habla acerca de la importancia de aprender a controlar características individuales como la ansiedad, la concentración y el nerviosismo ante las presiones.

El Rugby es un deporte de equipo que requiere de sus deportistas importantes habilidades individuales y colectivas.
Entre las distintas características individuales comprende destrezas físicas como resistencia, fuerza, velocidad, y también habilidades psicológicas como concentración, fortaleza mental, flexibilidad y rapidez en toma de decisión.
Desde lo grupal exige además de la técnica y la táctica, de compañerismo, la colaboración y la comunicación.
 

El Rugby de hoy reclama al deportista que sea cada vez más fuerte, más rápido desde los dos aspectos tanto físico como mental por lo que se requiere una gran preparación física y también una preparación psicológica.
Sabemos que sin entrenamiento físico no puede haber buen rendimiento, pero también debemos saber que el cuerpo y la mente son una unidad indivisible, por lo que junto a este entrenamiento deberíamos considerar el entrenamiento mental.
El deportista debería entrenar paralelamente a lo físico ciertas variables psicológicas que afectan su desempeño en la competencia y su rendimiento, tales como concentración, atención, fuentes de presión, fuentes de estrés, motivación. Variables que su no consideración al momento de la competencia podrían reflejarse en pérdida del foco atencional, aburrimiento, cansancio, falta de rapidez en toma de decisiones, capacidad de análisis, dispersión, y quizás hasta posibles causa de lesiones.
Muchas veces la diferencia en el rendimiento, a igual entrenamiento físico y técnico, está en el plus que es la fortaleza mental.

Las exigencias que plantea el deporte en la actualidad son demasiado elevadas y quizás no se vean recompensadas en los triunfos, por lo que muchas veces se termina abandonando el deporte sobre todo en los deportistas más jóvenes donde la frustración, el enojo, las dudas y la autocrítica se tornan angustiantes al no cumplimentar el potencial requerido.
Lo cierto es que no hay una formula última y acabada para lograr el rendimiento óptimo pero sí se puede crear ese ambiente interno ideal para lograr un buen rendimiento de acuerdo a los potenciales individuales.
La competencia es el espacio que se crea para poner en práctica todo lo entrenado, lo trabajado física y tácticamente, es una experiencia única e irrepetible, por lo que todo aquello que logremos entrenar mentalmente colaborará a hacer de ésta una experiencia mucho menos exigente, con muchas menos presiones y mucho más placentera.

La competencia más difícil que se puede plantear es la competencia con uno mismo, es la batalla fundamental:
“Cada uno puede ser su más difícil oponente”.
Para ganar la batalla o por lo menos tener herramientas para hacerle frente se debería trabajar sobre:
·
La forma de pensar del deportista, aquellas formas inadecuadas de pensamiento como “no puedo cometer errores”, “tengo que salir a ganar sí o sí”.
·  Los pensamientos anticipadores de ansiedad sobre la competencia, la posible derrota que desencadenan pensamientos e imágenes negativas.
·  El auto-dialogo incorrecto, como generalizar situaciones “si no gano no sirvo para nada”, “ya una vez me fue mal, así que seguro sigo mal”.
·  La concentración, poder mantener la concentración durante toda la competencia, tratando de evitar aquellos distractores que influyen generalmente.
·  Evitar que las fuentes de presión me carguen de pensamientos negativos o de ansiedad, sobre todo la presión que se impone uno mismo.
Por todo esto el más difícil rival es el propio deportista, ya que los propios pensamientos, las presiones internas, influyen en el camino al mejor rendimiento.

Dedicarle poco tiempo al desarrollo de las habilidades psicológicas puede ser hasta natural.
Porque se piensa que hay habilidades que no se pueden desarrollar.
Porque no se sabe cómo desarrollarlas.
O si se tiene que trabajar con la mente es porque algo anda mal.
El Rugby es un deporte con alta predisposición y exigencia física pero también conlleva un alto porcentaje de fortaleza mental, por lo que si trabajamos ésta área no es porque algo anda mal en la cabeza sino todo lo contrario.
Si se logra experimentar las siguientes sensaciones en competencia:
Relajado y suelto

Sensación de calma y quietud interna
. Tranquilo, sin ansiedad
. Optimista y positivo
Sensación de diversión y placer.
Sentirse en el aquí y ahora
. Sentir el control de sí mismo. Seguramente se logrará un estado óptimo de rendimiento.

Lo ideal sería que el equipo como tal experimente estas mismas sensaciones, cada uno cumpliendo con su rol y haciendo de la competencia, un lugar de juego y de placer por el deporte que es lo que caracteriza al Rugby.

Entonces, la fortaleza mental es una habilidad adquirida, se requiere tanto entrenamiento y dedicación como para las habilidades físicas: trabajo duro, comprensión y práctica.
“Ser mentalmente fuerte se puedelograr”.



Soul Gazing

Este tipo de ejercicio consiste en coger a dos personas al azar entre un grupo, ambas personas han de numerar unas preguntas en un rango del 1 al 10, esta primera parte se complementa directamente puede ser que ni se conoce al otro sujeto que debemos evaluar en el cuestionario.
Las preguntas son:
1.-) ¿Cuánto dirías que te agrada?
           6 
2.-) ¿Cuánto dirías que le quieres?
          4 
3.-) ¿Cómo de cercano/a te sientes de él/ella?
         5 
4.-) ¿Cómo de atraído te sientes por él/ella?
         8  
Esta primera parte del experimento se hace a simple vista, después el experimento sigue enfrentando a las dos personas cara a cara para que se miren fijamente a los ojos durante dos minutos, al finalizar este periodo se les pasa de nuevo el cuestionario. Las respuestas varían:
1.-) ¿Cuánto dirías que te agrada?
            8
2.-) ¿Cuánto dirías que le quieres?                                                                                               
            6
3.-) ¿Cómo de cercano/a te sientes de él/ella?
            7
4.-) ¿Cómo de atraído te sientes por él/ella?
            9
Las respuestas varían completamente, la gente sube la puntuación a cerca de la persona que acaban de conocer, los parámetros suben en gran medida lo que hace que las dos personas se acerquen y tengan un contacto mas intimo con un simple contacto visual, esto me recuerda haciendo referencia al refranero español " los ojos son el espejo del alma", es decir una mirada nos permite conocer a otra persona, a sentir a otra persona.
En nuestro caso el experimento, fue realizado con dos personas al azar en la Gran vía madrileña, personas de culturas diferentes y diferentes clases sociales a imple vista!!